sábado, 7 de mayo de 2011

SABATO, SABATO, SABATO





ERNESTO SÁBATO (1911-2011) EL ESCRITOR, EL HOMBRE Y SUS PASIONES

En algún lugar misterioso e indescifrable, Martín y Alejandra -los entrañables protagonistas de Sobre héroes y tumbas- se reunieron por fin con su creador.

Pero no fue seguramente el único hecho extraordinario que se registró. Es probable que todos los personajes de esa inmensa novela que en 1961 conmovió a los argentinos en sus entrañas más profundas se hayan encontrado con Ernesto Sabato y hayan descubierto que la creación literaria está tan cerca de la vida como la obra de Dios.
Acaso sucedieron otras cosas. Puede ser que en un banco del parque Lezama algún transeúnte nostálgico -o alguna mujer marginada y sin destino- haya experimentado un íntimo sacudimiento. Puede ser también que alguna pareja de enamorados haya descubierto, de pronto, que en la zona sur de Buenos Aires es posible conocer la felicidad sin tener que pagar el precio atroz de dejarse acariciar la piel por las llamas de un fuego inmisericorde.
Tal vez alguien atravesó la plaza contigua a la iglesia de la Inmaculada Concepción, en Belgrano, con el puño apoyado en un bastón de ciego y con la mirada puesta en una recova que hace ya tiempo logró desprenderse de los fantasmas que solían habitarla en sus pisos superiores. Quizás el sobrecogedor "Informe sobre ciegos" -ese deslumbrante capítulo de Sobre héroes y tumbas- dejó de ser una crónica referida a los elegidos por el infortunio o la locura, y pasó a ser, simplemente, un canto de gratitud y de dolor por la infinita ambivalencia de todo destino humano.
Acaso los restos de Juan Lavalle y los de otros argentinos del pasado que soñaron con un mundo mejor salieron a recorrer nuevamente los inhóspitos caminos de la patria, pero no para escapar del horror, sino para celebrar la certeza de que "nunca más" en la Argentina las estructuras de la muerte envenenarán el aire y "nunca más" un río de sangre pasará por las casas de los hombres.
Sabato concluyó su afanosa búsqueda de sí mismo y se fundió en un mismo abrazo indisoluble con sus seres queridos y con sus personajes. Y descubrió, probablemente, que las claves últimas del enigma que trató de desentrañar en vano durante casi un siglo estaban escondidas en sus propios libros. Su propia mano había ido trazando los signos del misterio que tan obsesiva y apasionadamente había pretendido extraer de las erráticas y azarosas circunstancias de su vida. El hombre y el escritor eran, después de todo, una única e indestructible realidad.
Sabato se desprendió de sus fantasmas y descubrió que el pulso de sus libros y el latido de sus sentimientos respondían a un único y acompasado ritmo. Y se recuperó a sí mismo, acaso, en las páginas de Uno y el universo, su lúcido ensayo inicial, pergeñado en un rancho de Córdoba en 1943 y laureado poco después en Buenos Aires con el Primer Premio Municipal y con el Gran Premio de Honor de la SADE.
Sabato releyó, seguramente, las páginas de El túnel, su primera gran novela, bosquejada en París en 1947 -cuando estaba trabajando para la Unesco- y publicada sucesivamente en Buenos Aires, en Nueva York y en Francia, país donde fue editada por Gallimard por expresa recomendación de Albert Camus. Y revivió, tal vez, las emociones que en las décadas siguientes habría de volcar en sus otros ensayos memorables: Hombres y engranajes, Heterodoxia, El escritor y sus fantasmas, Apologías y rechazos.
Damos por descontado que ayer Ernesto canturreó con voz trémula las estrofas del Romance de Juan Lavalle -tan refinadamente musicalizado por Eduardo Falú- y se miró luego en el espejo dislocado y espléndido de Abaddón el Exterminador, su tercera gran novela, editada en 1974. Y quizá repasó sus agudísimos diálogos con Jorge Luis Borges, nacidos -también en la década del 70- de una afortunada iniciativa de Orlando Barone.
El autor de El túnel revivió, probablemente, su fecunda y decisiva experiencia como colaborador de la revista Sur, sus inocultables coincidencias y discre-pancias con Victoria Ocampo -a quien siempre se reconoció unido, sin embargo, por un estrecho lazo de gratitud- y, por supuesto, los ambivalentes sentimientos que presidieron su oscilante relación con Borges.
Quienes hoy sufrimos la ausencia definitiva de Ernesto Sabato sabemos bien en qué rincones de la geografía y de la memoria iremos, de aquí en más, a buscarlo, a traerlo de nuevo a nuestro lado. Lo encontraremos, una y otra vez, atravesando el enmarañado jardín delantero de su vieja y querida casa de Santos Lugares. Allí lo veremos abrirse paso, con aire nostálgico, entre araucarias, cipreses y magnolias, ciñéndose a un estrecho corredor de baldosas negras y blancas o pisando un mullido colchón de hojas secas. O lo sorprenderemos en el luminoso jardín del fondo de la misma casa, donde un árbol milenario de origen japonés convive armoniosamente con un alegre festival de flores -jazmines, hortensias, rosas y magnolias-, distribuidas en torno a las puertas y ventanas que comunican con los ambientes interiores de la casa. Como ha observado Julia Constenla en su emocionante libro biográfico Sabato, el hombre (1997), esos dos jardines de la morada de Santos Lugares -uno, sombrío; el otro, lleno de luz- han expresado siempre las dos vertientes esenciales del espíritu de Sabato: lo diurno y lo nocturno; lo oculto y lo visible; lo eterno y lo efímero; lo real y lo imaginado.
Durante muchos años, el que llegaba a esa casa sabía que iba a encontrarse en el centro de un mundo de afectos, fervores, misterios y profundas celebraciones de la vida. Sabía que iba a disfrutar de la espléndida calidad humana de sus dos principales habitantes, Ernesto y Matilde, y de su genio ilimitado para descubrir esa dimensión última de la vida, en que el corazón y la razón se unen y se rechazan, se abrazan y se desafían, se suman y se restan.
Aunque terminen por entenderse y aceptarse recíprocamente a esa hora misteriosa del crepúsculo en la cual el espíritu humano toma conciencia de su infinito desamparo.
Hoy, Matilde y Ernesto son dos ausencias que nos duelen, que nos desdibujan. Por supuesto, nos queda la obra del gran escritor; nos quedan los poemas admirables de Matilde y nos queda, sobre todo, el ejemplo de dos seres que arrostraron todas las tempestades sin dejar de ser ellos mismos y sin renunciar a convivir hasta el final con sus contradicciones, con sus sueños y con sus ansias de darle a la palabra -hablada o escrita- el más digno de los destinos.

Fervor

Exaltado y reconocido internacionalmente como uno de los máximos exponentes de la literatura latinoamericana, Ernesto Sabato no fue casi nunca visualizado como un escritor en estado puro. El mundo tendió siempre a considerarlo como algo más que un infatigable creador de literatura: le atribuyó, además, con plena razón, el perfil de un intelectual comprometido con las causas superiores en las cuales se juega el destino de los pueblos libres y como un custodio tenaz de los valores que amparan la dignidad del hombre.
Su fervorosa militancia juvenil en las organizaciones ideológicas de izquierda, que en 1934 lo llevó a participar en Bruselas en el Congreso Internacional contra el Fascismo y la Guerra, presidido por Henri Barbusse, contribuyó a fortalecer ese prestigio de gran humanista y de defensor inclaudicable de los derechos individuales que lo acompañó durante toda su vida.
Ese prestigio no le fue regalado: fue el justo reconocimiento a una conducta moral y cívica nunca desmentida. En 1956, cuando ejercía la dirección de la revista Mundo Argentino, se atrevió a denunciar por ese medio las violaciones de derechos humanos que se estaban registrando en algunas unidades policiales. Le enrostraba así al gobierno que había derrocado al peronismo sus propias desviaciones. Fue un gesto casi solitario de coraje: la revista pertenecía a la cadena periodística gubernamental y Sabato, naturalmente, tuvo que dejar el cargo.
Cuando el presidente Raúl Alfonsín, varias décadas más tarde, lo eligió para presidir la Comisión Nacional sobre la Desaparición de las Personas (Conadep), no hizo otra cosa que convalidar la idea que el mundo tenía del autor de Sobre héroes y tumbas: su liderazgo moral y su aguerrida conciencia cívica eran ampliamente reconocidos y valorados. La Conadep, integrada por un grupo de ciudadanos de parejo prestigio, presentó al año siguiente su informe Nunca más, un documento riguroso sobre las trágicas violencias pasadas y un llamado esperanzado a marchar hacia un futuro sin sombras.
El décimo hijo del inmigrante calabrés Francesco Sabato y de Giovanna Ferraro -la inolvidable doña Juana, oriunda de Calabria, pero descendiente inequívoca de albaneses- y el escritor laureado en 1974 con el Premio Cervantes se miraron por primera vez a los ojos sin el más mínimo recelo y descubrieron que ambos proyectaban sobre el suelo la misma sombra. Ayer, el platónico y lejano amor de Ernesto por la ciencia, ese que nació en su alma de alumno de la escuela secundaria el día en que un profesor le mostró la desnuda perfección de un teorema, dejó de estar en conflicto con su arrolladora vocación de escritor.
Tardíamente, el científico graduado en la Universidad de La Plata y el trotamundos de la literatura se confundieron en un abrazo.
Ayer, el dolor y la pasión, el silencio y la palabra, la verdad y la ficción estuvieron más cerca que nunca de acariciar el ideal de la unidad.
Ayer, Ernesto Sabato llegó al final del sendero. Contradictoria y misteriosamente, seguirá compartiendo con cada uno de nosotros el deseo y la esperanza de que el hombre se reconozca cada vez más a sí mismo en la diversidad del universo, y en la realidad esencial y sin fisuras de su dignidad y de su espíritu.

Fuente: diario “La Nación”
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ARTE

El arte existe porque el mundo es horrible y a través de la pintura y de la escritura uno trata de penetrar en el sentido de la realidad y de exorcizar fantasmas. Por eso no soy realista. El arte que a mí me interesa no nace del exterior, sino del interior, y a menudo se alimenta de los sueños. Lo que aparece en las obras auténticas es un fragmento de lo absoluto. Con Matilde escuchamos música diariamente. Hay un quinteto de Mozart, el número 3, cuyo adagio es una de las cosas más profundas y bellas que jamás se hayan creado. Ese adagio es una epifanía de lo absoluto. Yo no me acuerdo de mis sueños. Quizá por eso escribo y pinto. Las imágenes que habitan mi vida nocturna pasan al papel o a la tela sin haber sido reconocidas de un modo consciente. Se me ocurren de repente. Hay partes de mis novelas que yo nunca supe qué querían decir. Una de esas partes es el "Informe sobre ciegos" de Sobre héroes y tumbas . Me han preguntado qué significaban esos ciegos. No lo sé. Escribí todo eso como si me lo hubieran dictado. No les tengo aversión a los ciegos; siento mucha piedad por ellos. Pero un artista debe ser fiel a sus voces y las mías me llevaron a escribir ese relato donde puedo parecer tan cruel con ellos.
Los mensajes del inconsciente son siempre ambiguos. Las imágenes de los sueños son oscuras. Cuando se intenta ponerlas en palabras, se las traiciona. En cambio, un pintor las puede trasladar a la tela en toda su aterradora veracidad.
Mi producción pictórica es expresionista. Quien haya leído mis libros, aunque no haya visto mis cuadros, está en condiciones de forjarse una idea de lo que son. Cuando se habla de expresionismo, mucha gente piensa en el movimiento alemán de principios de siglo. Se cree que esa corriente fue una creación de los alemanes. En cambio, el expresionismo es una vertiente artística permanente. Hay dos tipos de arte: uno en el que predomina la razón; otro en el que triunfa el pathos . En la vida, como en la estética, hay dos actitudes: la apolínea y la dionisíaca. Los artistas pertenecemos a una o a la otra y ninguno puede falsear su temperamento para ser lo que no es.
Hay dos actitudes que se tienen desde chico, en parte por razones de índole genética, en parte por problemas derivados de la formación. Se tiene tendencia a la tristeza o a la alegría, al pesimismo o al optimismo. Sobre la base de esos dos tipos de caracteres surgen el arte expresionista y el clásico. De este último, el mejor ejemplo es el Partenón. Entre los expresionistas encontramos no sólo a Edvard Munch, sino a Rouault, con sus pinturas religiosas del siglo XX, a Van Gogh y a un escultor renacentista como Donatello. Hace un tiempo, un grupo de estudiantes me invitó a darles una charla sobre arte contemporáneo. Les hablé de Donatello. Se empezaron a mirar creyendo que me había equivocado o había enloquecido. Pero no hay nada más actual que Donatello. Cuando vi por primera vez su María Magdalena , en Florencia, me quedé paralizado de emoción. Me siento cerca de estos artistas, de Donatello, de Van Gogh y de Francis Bacon. Todo arte expresionista, pensemos en Dostoievski, tiene un fondo religioso. Si uno pinta o escribe según las imágenes que dicta el inconsciente, si uno registra eso que Pascal llamaba "las razones del corazón", está conectado con el misterio de la existencia, que culmina con el misterio de Dios. Aunque se crea ateo, un hombre que pinta o escribe esas cosas es un espíritu religioso. La razón, en cambio, no permite el acceso a Dios.
Aunque se han escrito enormes volúmenes llenos de razonamientos acerca de la existencia de Dios (Santo Tomás es el ejemplo más ilustre), esos intentos terminan siendo ajenos a la esencia divina. En cambio, cuando leo las Confesiones , de San Agustín, siento que sus palabras me emocionan y me abren el camino hacia Dios.
El primero que armó gran escándalo alrededor de estos asuntos fue un luterano, Kierkegaard. El se levanta contra el espíritu de los tiempos modernos que se inician con Descartes. Es bastante gracioso que Descartes erija todo el edificio de su pensamiento en El discurso del método sobre la base de tres sueños, que relata con detalle al comienzo de su investigación.
Desde Descartes en adelante se desvaloriza todo lo que no sea consciente. Lévy-Bruhl, científico y hombre excelente, racionalista de principios de siglo XX, se pasó más de cuarenta años estudiando los pueblos primitivos para ver cómo progresaba la razón sobre el inconsciente.
Trataba de demostrar que el progreso consistía en ese avance del pensamiento lógico sobre lo irracional. Llegó a la conclusión de que no hay tal progreso: la razón y el inconsciente permanecen siempre en el ser humano y guían su conducta, sin que pueda hablarse en rigor de una preeminencia de la luz sobre la oscuridad.
Ha sido providencial que en esta última parte de mi vida me haya volcado a la pintura. Tanto la pintura como la literatura son catárticas, pero en el primer caso no hay prácticamente mediaciones para registrar las huellas de lo absoluto. Yo me baso en la intuición, que me pone en contacto directo con la fuente de toda luz y de toda oscuridad. Pintar me produce un enorme placer. Los colores son una fuente de alegría. Aun cuando los temas de mis cuadros son muy dramáticos, manejar los colores me hace gozar de un modo muy profundo. Pero de ningún modo puedo olvidar que tengo un compromiso, como artista y como escritor, con la forma más acabada de la belleza: la verdad.

Fuente: diario “La Nación”
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VECINO

Cuando me muera, quiero que me velen acá, para que la gente pueda acompañarme en el viaje final. Y quiero que me recuerden como un vecino, a veces cascarrabias, pero, en el fondo, un buen tipo." Esto le pidió Ernesto Sabato a su hijo, Mario, y así se hizo: un velorio de barrio, en el club que está enfrente de su casa, el Defensores de Santos Lugares de la calle Langeri al 3100, en el primer cordón del Gran Buenos Aires.
El cuerpo de un hombre público conocido en todo el mundo era expuesto en el primer piso de un club nada exclusivo. Habían dispuesto una sala sin pompa, y los muchos que desfilaban eran hombres y mujeres tan llanos como parecía haberlo sido el muerto.
En la planta baja, las actividades "sociales y deportivas" se habían suspendido, pero funcionaba el buffet. El intendente del partido de Tres de Febrero, Hugo Curto, y sus amigos habían juntado tres o cuatro mesas para sentarse a tomar algo mientras arriba transcurría el velorio. Era un cuadro de la vida corriente, la de todos los días, sólo ligeramente descentrado por una circunstancia excepcional: la muerte del autor de Sobre héroes y tumbas .
Muchas veces los famosos establecen con sus vecinos una relación condescendiente. Se dejan admirar, regalando, de vez en cuando, una sonrisa. Es el modelo opuesto al que impuso el gran hombre de Santos Lugares.
Cuando aún estaba en la plenitud, salía muchas veces furioso a la puerta a protestar contra los que ponían la música muy fuerte o a secuestrarles pelotas de fútbol a los chicos de mala puntería. A las explosiones podían seguir buenos gestos: abrir la casa para los chocolates del cumpleaños, regalar cuadros, poner el hombro cuando había que reclamar algo. Para su gente, Sabato era las dos cosas: un cascarrabias y un viejo sabio con el que hasta se podía hablar de fútbol. Era tal como lo veían, no pretendía caer simpático. Se mostraba como era.
"Todo el mundo lo recuerda paseando a su perro Roque. Es cierto que a algunos chicos y a algunos adultos del barrio su carácter les provocaba a veces terror, pero era un buen tipo, y eso es lo que se valora", dijo Mario Sabato. El uso de la palabra "terror" por parte del hijo menor da una idea de lo eruptivo que podía ser el carácter de Ernesto cuando llegaba el caso.
Y, siendo así, ¿cómo se explica el "santuario" que espontáneamente montaron los vecinos contra las rejas de la casa? Allí habían puesto flores, fotos, caricaturas, reproducciones de cuadros y muchísimas notas, manuscritas y la mayor parte anónimas, lo que tiene su lógica, habida cuenta del carácter colectivo de la despedida.
"Fiel a tus convicciones. Así viviste tu vida. ¡Hasta siempre, maestro!", decía una nota. "Esta casa, con sus plantas, sus árboles crecidos, frondosos y verdes, casi intactos en el tiempo, reflejan tu persona: humilde, profunda y serena, pero firme, que caracteriza a los genios. Gracias por todo. Firmado: sólo una vecina", decía otra.
Habían copiado a mano fragmentos de Sobre héroes y tumbas y citas del escritor, como ésta: "La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil que cuando uno empieza a aprenderlo ya hay que morirse". Una excepción a la norma del anonimato: "Tu vecina Laura Peña y su hijo te despiden hasta la próxima lectura".
Sólo unas pocas personas conocidas pasaban por la puerta del Defensores de Santos Lugares. Notoriamente, faltaban los colegas escritores y, en general, del mundo de la cultura, más allá de algunas excepciones, como el director de la Universidad del Cine, Manuel Antín.
Más nutrida fue la presencia de los políticos. Algunos circularon rápidamente, con el tiempo apretado por las agendas de campaña. Otros le dieron un lugar más prolongado al duelo: los que lo conocieron en tiempos de Raúl Alfonsín. Allí aprendieron a respetarlo, tal vez incluso antes de leerlo. Fue muy valiente. Y muy comprometido. Y también muy humilde, a su modo. Un hombre entero, coincidían todos.

Por Hugo Caligaris
Fuente: diario “La Nación”
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ARTE Y PENSAMIENTO

Ernesto Sabato, que, como se declara en Abaddón el Exterminador , nunca estuvo del todo seguro acerca de la fecha exacta de su propio nacimiento (un supuesto 24 de junio de 1911), eligió apartarse del territorio sólido de las verdades demostrables para arriesgarse en las incertidumbres, los claroscuros y las ambivalencias de los mundos imaginarios. Pasó así de la física a la metafísica, de los números a las letras, no sin escándalo. La reacción que este tránsito despertó en el estricto ámbito de las ciencias llamadas duras fue equivalente -dijo alguna vez- a la que hubiese provocado en su familia una honesta y previsible ama de casa que decidiera, de pronto, entregarse a las drogas y la prostitución.
No obstante, quizá por esa "lógica de la paradoja" que rigió para él vida y poética, fue su sobresaliente carrera científica la que lo puso decididamente en el "camino de Damasco" de la conversión literaria. Así, una estadía en París, como becario del Instituto Curie, le permitió conocer de primera mano a los surrealistas y dadaístas: entre otros, André Breton, Tristan Tzara, Marcelle Ferru, el pintor canario Domínguez. Sabato, que ya pintaba y escribía (aunque más bien como afición secreta) comenzó en París la redacción de La fuente muda , su primer e inconcluso ensayo novelesco, anticipación o pretexto de Sobre héroes y tumbas . Su autor, empero, no ahorraría luego críticas al surrealismo.
En Uno y el universo afirma que las realizaciones de esta escuela suelen permanecer por debajo de sus pretensiones teóricas y que sus genuinos logros son más bien ajenos al principio del automatismo, o que sus crispaciones y convulsiones no pasan, en la mayor parte de los casos, de la impostación retórica ( El escritor y sus fantasmas ). Sin embargo, no dejó de admitir que, en su impulso inicial, este movimiento implicó un quiebre y una liberación (continuadora de la liberación romántica) tanto de la cárcel racionalista como de la cárcel esteticista, para enfrentar, con renovados medios expresivos, "el replanteo de la condición humana".
Resulta notoria, por otro lado, más allá de cualquier explícito reconocimiento, su vinculación con el pensamiento de Georges Bataille (el autor de Histoire de l'oeil ) o su valoración del cuerpo y el erotismo como puerta de acceso a una dimensión ampliada del conocimiento.

Lúcido y lúdico

Sabato, discípulo en el Colegio Nacional de La Plata del intelectual dominicano Pedro Henríquez Ureña (a quien nunca dejó de recordar con agradecimiento y admiración) comenzó a publicar colaboraciones en la revista Sur , presentado por su antiguo profesor. Luego dio a conocer su primer libro: Uno y el universo (1945), singular "diccionario" heterodoxo de perplejidades e iluminaciones, donde brilla un ironista ingenioso y por momentos feroz, capaz de un humor punzante.
Este perfil sabatiano -lúcido y lúdico- que emerge en toda su obra de ensayo y ficción quedó relativamente oscurecido acaso por el predominante magisterio ético que la sociedad le adjudicó en sus últimos años, pero en épocas anteriores Sabato fue también el autor de estas memorables definiciones: "Genealogías: hay gentes que se enorgullecen de sus antepasados. Sin embargo, es preferible enorgullecerse de ser el antepasado de otros". O: "Gengis Kant: bárbaro conquistador y filósofo alemán".
Síntesis ésta paradójica por excelencia, alianza de los extremos, irreverente "correlación de lejanías", surrealistas "coincidencia de los opuestos", en la que, por cierto, se halla implícita su propia aspiración estética tal cual se expondría, mucho más tarde, en Abaddón ...: "En realidad, sería necesario inventar un arte que mezclara las ideas puras con el baile; los alaridos con la geometría. Algo que se realizarse en un recinto hermético y sagrado; un ritual en el que los gestos estuvieran unidos al más puro pensamiento y discurso filosófico a danzas de guerreros zulúes. Una combinación de Kant con Jerónimo Bosch, de Picasso con Einstein, de Rilke con Gengis Khan".
La publicación de El túnel (1948), con el sello de Sur , revela a un narrador comprometido aún con otra poética. Lejos de la arquitectura compleja, caudalosa, barroca, de Sobre héroes y tumbas , esta breve y densa novela se despliega con diestra originalidad en el molde de una intriga policial que pretende descubrir, no al asesino (que es el mismo narrador), sino sus intrincados móviles. Ya aparecen en ella el eje semántico vista-ceguera y la trágica lucha del héroe por transformar el encuentro erótico en la búsqueda y la posesión de un inalcanzable conocimiento absoluto.
Las dos novelas siguientes, Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el Exterminador (1974), proporcionan a sus lectores el vértigo de una aventura a través del tiempo y el espacio, de los géneros y de los textos, de las ciudades dentro de la ciudad, de la profecía y de la memoria, de personajes que envejecen y retornan, de historias (como la de El túnel ) que dentro de ellas vuelven a contarse y se hacen objeto de una interpretación infinita. Deliberadamente ambiciosas, fuera de medida, se proponen registrar -en la huella de los románticos alemanes- la totalidad de la experiencia humana y también, de las modalidades posibles de la escritura (entre otras, el ensayo y la ficción, la poesía y la prosa, la reflexión metaliteraria, la poética fantástica y la realista, subsumidas todas ellas en la categoría híbrida y desbocada de la "novela").
Estas ficciones nos colocan ante las aporías de la civilización, frente a los límites insalvables de una gnoseología que -de Platón en adelante- se ha construido sobre el modelo de la visión transparente, de la luz meridiana. La simbólica de Sabato desarma las certezas de ese conocimiento visual y propone un nuevo "criterio de verdad", en el que la evidencia pasa por lo invisible, en el que la especularidad engañosa y fantasmal de la vista cede ante la profunda y oscura clarividencia del tacto (la clarividencia de los ciegos). El cuerpo, raíz y fundamento de la escritura, es también aquí el frágil e imprescindible mediador de un "saber" nocturno, que descubre lo abismal, perforando los espejismos de la luz cotidiana. La inmersión de Fernando Vidal Olmos en la Cloaca, o la cópula del personaje Sabato con el ojo vulvar de Soledad suponen la violación de todos los tabúes, la fusión, el devoramiento que lleva, por fin, a la caverna y a la Madre, que instala fugazmente al buscador en la escamoteada Unidad primigenia.

Pensamiento puro

La ficción de Sabato es, en este sentido, un desciframiento de palimpsestos, una retrospectiva agónica hacia la escritura prístina, hacia el original oculto tras las copias dispersas en la superficie de lo real, falsificado y fragmentado por un logos que no acierta a dar cuenta de la integridad del ser. La visión del pensamiento puro es también ciega, al ser parcial: porque divide para reinar e instala la discordia en el centro de lo Uno; separa la materia del espíritu; la conciencia del cuerpo; la razón de la pulsión y de la pasión; el individuo de la comunidad; desacraliza la naturaleza y corta el vínculo filial con ella para convertirla en objeto, en cosa dominada. Esta separación es vivida como un suceso trágico que ha arrojado a la criatura humana en el seno de la historia y también de la ficción, hija del desequilibrio, del dolor, de lo imperfecto. Un dios no conoce el tiempo; un dios, dirá Sabato, no escribe novelas.
¿Qué hay en ese lugar donde la persecución de un saber elusivo se transforma en túnel y retrocede hacia una revelación inversa a la del parto? ¿Qué o quién se esconde tras las máscaras de lo oscuro? ¿Dios, el cuerpo negado por la razón de Occidente? ¿Las vías de conocimiento mutiladas por esa razón? ¿La androginia primaria obliterada bajo los estereotipos de los sexos? ¿El poder o el saber que nos harían semejantes a dioses? La novelística sabatina no responde, por cierto, a esas preguntas. La cosa en sí continúa inaccesible, diría Kant, mientras Gengis el conquistador avanza de todos modos en la desesperada búsqueda. Si el hecho estético consiste en anticipar "una revelación que no se produce", Sabato (mucho menos en las antípodas de Borges de lo que ciertos clichés dieron por sentado) convierte sabiamente su obra ficcional en el relato de una pesquisa interminable. Sitúa a sus sujetos desgarrados en una tensión perentoria, cuyo estallido no hace sino acrecentar el misterio; exacerba el juego de los opuestos, se instala en una zona álgida de ambivalencia. Busca la luz dentro de la oscuridad; el deseo en el miedo; el poder en la esclavitud; lo femenino en lo masculino; el amor negado en la más violenta enunciación del odio; la ganancia de la pérdida; lo intemporal en la historia; la libertad en el destino. Dibuja fabulosos subsuelos que son el teatro del sueño de la razón, cuando engendra monstruos, y también una galería del horror nacional. Las cabezas cortadas, como la fruta madura que comienza a pudrirse, el cuerpo descompuesto de Juan Galo de Lavalle son, asimismo, las metáforas de una patria que parecerá haber estado siempre en estado convulsivo de desintegración, que nunca ha llegado a fundarse verdaderamente.

Los textos de Sabato se internan en el otro lado del logos, en lo que el logos desplazó fuera de la vista al convertirse en el único eje del orden, del poder, del conocimiento, esto es: en el Mythos y la Escritura, o la reescritura del Mythos a través de la imaginación novelesca de sus símbolos. Y evoca, también, al sesgo, lo que está del otro lado de la Razón Argentina, del modelo nacional blanco, europeo, civilizado, construido, ejemplarmente, por "padres de la patria".
En el revés de estos textos se inscriben el mestizaje, el país hispanocriollo y aborigen, la llamada "barbarie", las madres fundadoras de la "matria", deseadas y temidas. La historia del fracaso, con un héroe noble que, sin embargo, es Caín, y ha encendido con el asesinato de Dorrego la antorcha de una inextinguible guerra civil. La desunión de las etnias y de las lenguas en una Buenas Aires Babel donde tanto los inmigrantes como los "cabecitas negras" se sienten desterrados y extranjeros. La absurda esperanza que sostiene las vidas humanas, a pesar de la razón y a menudo en su contra.

Múltiples registros

La obra de Ernesto Sabato ha concitado una vasta recepción por parte de la crítica académica internacional, que la abordó desde múltiples registros: el psicoanálisis, la sociocrítica, la crítica textual, la rejilla mítico-simbólica. Pero también la devoción sucesiva de sus innumerables lectores no especializados la ha convertido en clásica, esto es, en esa obra en la que cada transeúnte halla -trazado con inimitable intensidad- el diseño de su propio itinerario vital, de sus terrores y sus deseos.
Tiene, por lo tanto, muchas entradas: tantas como las motivaciones individuales. Unos la leerán como el vademécum que nos guía por una ciudad aparentemente conocida y esencialmente misteriosa. Algunos rastrearán en ella las raíces del mal o del mal argentino; o las torsiones del arte moderno, desde el romanticismo a nuestros días; o verán en sus mapas de escrituras diversas, grafitis y desechos verbales, vislumbres posmodernas. Otros seguirán el hilo fracturado del discurso amoroso que alcanza, en Martín y Alejandra, una iconografía ya legendaria. Todos entramos quizá en su "círculo mágico narrativo" a través de dos "puertas trampa": la seducción de inolvidables personajes que viven expuestos a la intemperie de la transgresión y la ruptura, fuera de las cómodas convenciones, a temperatura extrema; la ilusión de que nosotros, sujetos al yugo de la medianía, encarcelados en la inevitable, rutinaria sensatez, estamos acompañándolos en su periplo extraordinario. Que por una vez nos convertimos en nictálopes, en vampiros de sus vidas ficticias que alimentan el desvaído tono de la nuestra, en atónitos espectadores de lo prohibido. Que ejercemos, como los magos, y como algunos novelistas, el arte de desaparecer del mundo visible, manso, reconocido, y nos iniciamos -alucinados durmientes despiertos- en la práctica de ver en la oscuridad.

Por María Rosa Lojo
Fuente: diario “La Nación”
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