domingo, 21 de noviembre de 2010

SÓLO PARA RUSÓFILOS


A FUEGO LENTO

Por Víctor Andresco.-

http://www.elpais.com/articulo/portada/fuego/lento/elpepuculbab/20101120elpbabpor_5/Tes

Para llegar a este momento dulce de la literatura rusa en español ha sido necesario un siglo y medio de empresas y trabajos de divulgación -en llamativo paralelo con las vicisitudes de grandes autores y sucesos históricos, desde la Revolución hasta la caída del Muro- protagonizados por letraheridos de muy diverso talante. Del mismo modo en que Gógol, Turguénev o Chéjov tuvieron que sobreponerse al patriarcado bicéfalo de Dostoievski y Tolstói, en el ámbito lingüístico español hizo falta que editores como Manuel Aguilar, Vicente Giner o Luis Magrinyà, en decenios bien diferenciados de nuestros años de plomo y de la Transición, apostaran por los rusos a veces contra la lógica comercial. La romántica y documentada eslavofilia de Juan Eduardo Zúñiga fue otro de los elementos aglutinadores de esta normalización a la que también ha contribuido la sistematización de estudios universitarios de filología y traducción. Todo ello ayuda a explicar esta inundación de títulos rusos que podría parecer casual pero que se articula sobre una sólida generación, necesariamente heterodoxa, de nuevos eslavistas como García Gabaldón, los Womack, Marta Rebón o Paul Viejo que simultanean traducción, edición y crítica y enfrentan la realidad editorial de forma dialéctica y creativa. Cabe entonces preguntarse cuál es el balance real de los grandes clásicos un siglo después. Y quizá la mejor respuesta sea el voluminoso legado de Vasili Aksiónov (1932-2009), heraldo de una tradición narrativa que empieza en Guerra y paz y se propone poner por escrito lo que sucede en su tiempo (léase el estalinismo) y en su lengua (que abarca, de Pushkin a Brodski, dos siglos de modernidad) y, más difícil todavía, en el imaginario de algo tan grande y complicado como es Rusia. Aksiónov representa, es cierto, un modelo de narrador disidente y crítico (hijo de Evguenia Guinzburg, padeció el ostracismo y el exilio, viviendo más de diez años en Estados Unidos), pero sobre todo es un autor capaz de estructurar, sobre un perfecto mecanismo novelístico, las muchas capas del dolor. Una saga moscovita (1994) va más allá del periplo de los Grádov -la grandeza y las miserias de la vida cotidiana en la URSS en el contexto de una familia de médicos de alcurnia entre los primeros años veinte, en plena instauración del poder soviético, y mediados de los cincuenta, con la desaparición física de Stalin-; este libro es quizá el mejor resumen de lo que pudo haber sido y no fue el socialismo. Es grande la tentación de dejarse llevar por la etiqueta antisoviética, en el sentido político del término, de un libro que destila crudeza por ejemplo en las descripciones de Beria, el gran cerebro gris de la Unión Soviética, a quien Aksiónov dedica abundantes páginas, pero lo cierto es que son igualmente realistas los Bulgákov, Jlébnikov, Guinzburg o Yevtushenko que aparecen de principio a fin y explican a la perfección el día a día de tres generaciones de rusos. Los lectores de Vida y destino de Grossman o Los niños de Arbat de Rybakov encontrarán aquí la culminación de una corriente literaria decidida a restituir con tinta lo que el fanatismo pragmático negó a muchos ciudadanos. Aun siendo Una saga moscovita el más completo retrato del siglo XX ruso vale la pena sobreponerse a su fascinante "construcción nacional" (de hecho en la novela están perfectamente articuladas las sombras de los principales protagonistas de la cultura rusa) para no desperdiciar su portentosa dimensión narrativa. No en vano Aksiónov fue traductor de Doctorow y profundo conocedor de la mejor novela anglosajona; esta Saga es familia directa de los Buendía y los Buddenbrook, desmiente los lamentos agoreros por el género y devuelve al lector la fascinación por la lectura. La traducción, sencillamente heroica, ofrece además un completo aparato crítico imprescindible para entender una era que no cabe en las enciclopedias.

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BOSQUES, RÍOS, ESTEPAS: RUSIA


Por Juan Eduardo Zúñiga.-

http://www.elpais.com/articulo/portada/Bosques/rios/estepas/Rusia/elpepuculbab/20101120elpbabpor_1/Tes

Quienes han sido atraídos por la literatura rusa advierten, según van pasando ante ellos las páginas maravillosas de tantos escritores clásicos, que esos libros tienen la virtud de ser un largo viaje por los campos rusos. A la par que se sigue una historia se adquiere el conocimiento de un paisaje que es casi un trasfondo vital. Buena parte de la novelística rusa pone en sus tramas el influjo de la naturaleza y los personajes toman humanidad por una sutil dependencia invisible con el entorno físico. La variedad y secreto de los caracteres pueden responder a los cambios del clima, a la lluvia en los grandes bosques, a la vegetación de la primavera, al vacío de las enormes distancias.
Dos autores fueron maestros en dejar traslucir la presencia del paisaje: Turguénev y Antón Chéjov, separados por medio siglo. Y ante la comprobación de este rasgo literario viene al recuerdo Konstantin Paustovski y su obra, en la que invocó el deber de respetar la naturaleza. A veces, empleando términos que coinciden con las ideas de Chéjov expresadas a través de su personaje Astrov de El tío Vania: "Los bosques adornan la tierra, enseñan al hombre a comprender lo bello".

Este escritor Konstantin Paustovski, nacido en 1892, en Moscú, desarrolló pronto su vocación -su primer cuento es de 1912-, y logró con sus novelas y libros de ensayos un especial prestigio y el respeto por su posición independiente junto a los famosos literatos de la época soviética.
Se ha dicho que el ruso antiguo sentía la necesidad de marchar de un lugar a otro y buscar un punto ideal en los interminables caminos de su patria, y así lo debió de sentir Paustovski porque viajó incansablemente durante años. Recorrió las más variadas comarcas rusas y esa experiencia quedó recogida en su extenso Relato de una vida, amplia crónica escrita de 1946 a 1966, una de las grandes autobiografías rusas; bellas imágenes de ciudades, de vida humana, de acontecimientos y en especial, testimonio del espléndido paisaje ruso. Porque Paustovski fue un ferviente defensor de los bosques, los ríos, los lagos, altas montañas y vastas estepas que esperaban ser cultivadas, y hasta sus detalles más nimios supo contarlos.
Escribió cuentos y novelas en las que una pequeña área geográfica casi juega el papel de protagonista. En años en que nadie tenía conciencia del desgaste y peligros que amenazaban a los medios naturales, él dio la voz de alarma y pidió su protección; muy justamente puede ser considerado un "escritor ecologista".
Su primera novela con este compromiso es Kara Bugas, de 1932, historia del descubrimiento de valiosos yacimientos en una inhóspita bahía de las orillas del mar Caspio.
Igualmente, con su Relato del Norte, de 1937, sacó del olvido a la isla de Aland, solitaria en el centro del golfo de Botnia, a la que en invierno, cuando se hiela el mar, puede irse a pie desde San Petersburgo.
Konstantin Paustovski tomó de la realidad importantes figuras de su mundo y las recreó para hacerles partícipes de su pasión ecologista, y por ejemplo, fue el compositor Chaikovski en el Relato de los bosques, de 1948, quien pugna por comprar uno de éstos para evitar que talen sus centenarios abetos.
Otros conocidos poetas de la tradición literaria como Pushkin y Lermontov forman parte de la larga serie de personajes de Paustovski. Su seducción paisajista le encaminó a estudiar a Isaac Levitán, un pintor ruso en cuyos magníficos cuadros se reflejan la melancolía, la serenidad, la transparencia de los campos soñados por la poesía rusa de Tiútchev y de Fet. De este artista, Chéjov, su amigo, dijo que recogía en su pintura las voces misteriosas de la naturaleza.
Voces que sólo podía escuchar tras una atenta percepción de los paisajes para trasferirlos al lienzo. Como si hubiera intuido el pensamiento de Paustovski cuando escribió: "La contemplación es una de las bases de la creación, del amor a la tierra, y en primer lugar a la propia, a la tierra natal".

(*) Juan Eduardo Zúñiga ha publicado recientemente la obra Desde los bosques nevados. Memoria de escritores rusos (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2010, 354 páginas, 23,90 euros)

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